miércoles, 13 de marzo de 2013

DESTIERRO




El grave ronroneo de los cohetes que aterrizaban y despegaban del espacio-puerto  me distrajo por un momento de  la vehemente e inútil verborrea de mi letrado. Mi delito era inapelable, pero aquel impertinente leguleyo se había empecinado en defenderme.
Su retórica me sumió en una profunda modorra, perdiéndome en mis propios pensamientos. Siempre me había sentido como un espía, con la nariz pegada a las cúpulas acristaladas que nos separaban del vacío del espacio, observando lo que un día había sido el hogar de la raza humana, observando esa bola azul y blanca, suspendida en la fría infinitud del universo.
Nadie había vuelto a hollar los caminos de la herida y vetusta Gea, desde “El Pulso”. Nadie, excepto los condenados.
-¡Tiene algo que alegar en su defensa!- me instó su Señoría, sacándome abruptamente de mis reflexiones.
-No.-contesté.
- Dictaré pues la sentencia “in voce” ¡Le condeno al destierro!- dijo el Juez solemnemente.
Yo giré la cabeza y miré a mi abogado, que tenía una expresión en la cara que se me antojó bastante estúpida.
No pude evitar pensar en por qué le llamaban “destierro” si, en realidad volvía a la Tierra. Poco a poco una sonrisa involuntaria se fue dibujando en mi cara, derramándose al fin en sonoras carcajadas que resonaron por toda la sala.

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